Una vez conquistada la gran Tenochtitlán, Hernán Cortes debía establecer la nueva ciudad a ser poblada por los sobrevivientes de esta lucha que se tornó sangrienta para ambos bandos. El establecimiento de la nueva ciudad no solo era necesario, era una obligación fundada en las leyes españolas que establecía que los conquistadores y pobladores debían nombrar un Ayuntamiento para elegir un sitio “sano, cómodo y ventilado; con agua potable, abundante en materiales de construcción y en mantenimientos; con montes y dehesas para los ganados”.

En cumplimiento a lo anterior, en Coyoacán, Hernán Cortes nombró el Ayuntamiento que elegiría el sitio a poblar, con lo que no contaba el conquistador era con que la mayoría de sus integrantes consideraban conveniente, construir la ciudad en un lugar diferente a la ubicación de Tenochtitlan proponiendo lugares como Coyoacán, Tacuba o Texcoco, siendo aparentemente Cortes el único en opinar que lo mejor era la reconstrucción de la ciudad antigua en el mismo sitio en el que se encontraba, independientemente que el terreno fuera inestable y construido sobre agua, siendo su principal argumento que si fundaban una ciudad en lugar distinto, los mexicas que todavía tenían un sentimiento de pertenencia fuerte a Tenochtitlan y estaban dolidos por la guerra de conquista, podrían reconstruir la ciudad, fortalecerse y luchas nuevamente en contra de los conquistadores.

Ha este respecto, Don José Maria Marroquí, en su libro “La Ciudad de México” dice: “Era pues impolítico y peligroso asentar una ciudad nueva, dejando enfrente la antigua, que pudiera volver a ser con el tiempo una rival poderosa, conservando en los lugares y en las ruinas de sus templos, de sus palacios y de sus monumentos, los recuerdos de sus dioses, de sus reyes, de sus héroes y de sus grandes hechos.” 

Lo anterior queda probado con la declaración de veintidós testigos que declararon en el proceso de residencia que se abrió a Cortes en México en 1529: “contra la voluntad de todos Hernán Cortes reedificó la antigua ciudad”.

Así pues, en noviembre de 1521, se emprendió la reedificación de la ciudad antigua y con el objeto de borrarla totalmente, se ordeno la construcción de palacios sobre las antiguas casas y templos cristianos sobre los oratorios destinados a los antiguos dioses.